James, Henry - El rincón feliz

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Introducción
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HENRY JAMES
EL RINCON FELIZ
(The Jolly Corner, 1908)
I
Todo el mundo me pregunta qué «pienso» de todo -dijo Spencer Brydon-; y yo respondo como puedo,
eludiendo o desviando la pregunta, quitándome a la gente de encima con cualquier tontería.
En realidad a nadie
le debería importar -prosiguió-, pues aun cuando fuera posible satisfacer de ese modo (parece que me
estuvieran diciendo: «¡La bolsa o la vida!») demandas tan estúpidas en torno a un tema de tanta trascendencia,
lo que yo «pensara» seguiría teniendo que ver casi exclusivamente con algo que sólo me afecta a mí.
Hablaba con la señorita Staverton: desde hacía dos meses no había dejado pasar una sola ocasión de hablar con
ella.
La situación se presentó así de hecho; aquella disposición, aquel recurso, el alivio y el apoyo que le
brindaban, enseguida ocuparon el primer lugar en medio de la larga serie de sorpresas, escasamente mitigadas,
que concurrieron en la circunstancia de su regreso a los Estados Unidos, extrañamente demorado durante tanto
tiempo.
De un modo u otro, todo constituía motivo de sorpresa, lo cual cabía considerarlo natural cuando desde
hacía tanto tiempo y de modo tan consistente alguien lo descuidaba todo, esforzándose por que quedara tanto
margen para las sorpresas.
Spencer Brydon les había concedido a las sorpresas un margen de más de treinta
años (treinta y tres, para ser exactos), y ahora le parecía que las sorpresas, a su vez, habían organizado un
espectáculo en consonancia con la magnitud de la licencia que se les había dado.
Cuando Brydon se fue de
New York contaba veintitrés años de edad; hoy tenía cincuenta y seis.
Es decir, a menos que calculara el
transcurso del tiempo conforme a una sensación que le había asaltado varias veces después de su repatriación,
en cuyo caso habría vivido más tiempo del que normalmente le es asignado al ser humano.
No paraba de
repetirse a sí mismo que habría hecho falta un siglo, y así también se...